La calidad no es un
tema nuevo ya que desde los tiempos de los jefes tribales, reyes y faraones han
existido los argumentos y parámetros sobre calidad. El Código de Hammurabi
(1752 a. C.), declaraba: “Si un albañil construye una casa para un hombre, y su
trabajo no es fuerte y la casa se derrumba matando a su dueño, el albañil será
condenado a muerte”. Los inspectores fenicios, cortaban la mano a quien hacía
un producto defectuoso, aceptaban o rechazaban los productos y ponían en vigor
las especificaciones gubernamentales. Alrededor del año 1450 a. C., los
inspectores egipcios comprobaban las medidas de los bloques de piedra con un
pedazo de cordel. Los mayas también usaron este método. La mayoría de las
civilizaciones antiguas daban gran importancia a la equidad en los negocios y
cómo resolver las quejas, aún cuando esto implicara condenar al responsable a
la muerte, la tortura o la mutilación y aniquilación.
En el siglo XIII
empezaron existir los aprendices y los gremios, por lo que los artesanos se
convirtieron tanto en instructores como en inspectores, ya que conocían a fondo
su trabajo, sus productos y sus clientes, y se empeñaban en que hubiera calidad
en lo que hacían, a este proceso se le denominó control de calidad del
operario. El gobierno fijaba y proporcionaba normas y, en la mayor parte de los
casos, un individuo podía examinar todos los productos y establecer un patrón
de calidad único. Este estado de los parámetros de aplicación de la calidad
podía florecer en un mundo pequeño y local, pero el crecimiento de la población
mundial exigió más productos y, por consecuencia, una mayor distribución a gran
escala, en la primera guerra mundial también se dio al control de la calidad
del capataz.
Es así que con la
ayuda de la Revolución industrial, surgida en Gran Bretaña con la aparición de
la máquina de vapor, la producción en masa de productos manufacturados se hizo
posible mediante la división del trabajo propuesta por Adam Smith en su obra La
riqueza de las naciones y la creación de partes intercambiables; sin embargo,
esto creó problemas para los que estaban acostumbrados a que sus productos
fueran hechos a la medida.
El sistema
industrial moderno comenzó a surgir a fines del siglo XIX en los Estados
Unidos, donde Frederick Taylor fue el pionero de la Administración Científica;
suprimió la planificación del trabajo como parte de las responsabilidades de
los trabajadores y capataces y la puso en manos de los Ingenieros Industriales,
que se les conoce como Ingenieros de Métodos y Tiempos.
En el siglo XX se
desarrolló una era tecnológica que permitió que las masas obtuvieran productos
hasta entonces reservados sólo para las clases privilegiadas. Fue en este siglo
cuando Henry Ford introdujo en la producción de la Ford Motor Company la línea
de ensamblaje en movimiento. La producción de la línea de ensamblaje dividió
operaciones complejas en procedimientos sencillos, capaces de ser ejecutados
por obreros no especializados, dando como resultado productos de gran
tecnología a bajo costo. Parte de este proceso fue una inspección para separar
los productos aceptables de los no aceptables. Fue entonces cuando la calidad
era sólo la responsabilidad del departamento de fabricación.
Muy pronto se hizo
evidente que la prioridad del director de la producción era cumplir con los
plazos fijados para fabricación en lugar de preocuparse por la calidad.
Perdería su trabajo si no cumplía con las demandas de la producción, mientras
que sólo recibiría una sanción si la calidad era inferior. Eventualmente la
alta dirección llegó a comprender que la calidad sufría a causa de este
sistema, de modo que se creó un puesto separado para un inspector jefe.